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Bouka. Benin. Noviembre 2013.
La novia que no podía decir no.
Jesús Fernández de Trocóniz, SMA
 

 


 

Hace un mes que llegué a esta tierra y se me ha pasado demasiado rápido. Me muevo en terreno conocido que domino a mi manera, lo que hace que me encuentre muy a gusto y repleto de actividades.

Empezaré por TERESA, una chica de 16 o 17 años, pero ya toda una mujer. Cuando Teresa era una niña, sus padres eran musulmanes y ella tenía nombre musulmán. Su etnia es "Gando". Y, en esta etnia, los padres acostumbran a buscar el futuro marido en una familia conocida, donde ya se han hecho otras alianzas que han resultado positivas. Así pues, Teresa fue destinada a un joven que ha estado esperando a que la niña se haga mujer.

Desde el momento de su compromiso entre las dos familias, la familia del futuro marido va dando regalos a la familia de la niña. Los regalos son muy variados: comida, paños, dinero y también en trabajo. Pueden ir a trabajar al campo de la futura esposa, etc. Todos estos dones y servicios se cuantifican y el resultado forma parte de la dote que se va a ofrecer por la chica casadera.

Al cabo de un tiempo, los padres de Teresa quieren ser católicos y hoy son ellos los promotores y animadores de la comunidad naciente en su pueblo, compuesta de cinco familias. Su tío es el presidente de la comunidad. Todo va bien hasta que llega la hora de casar a Teresa. El chico que será su marido es musulmán, y ella no quiere entrar en una familia musulmana. Pero en la tradición "gando", no se rompen este tipo de compromisos.

 

¿Cómo resolvieron el conflicto entre la libertad y la costumbre?

Teresa me decía que hasta la hora de casarse, ella no conocía a su futuro marido. Que se lo presentaron cuando se acercaba la fecha de la boda. Ella no podía decir a sus padres que no, pero se lo decía a las amigas para que, a través de ellas, se enteraran. Un día sus padres le dijeron que tenía que aceptar, que no podían romper el compromiso con una familia con la que siempre se habían llevado bien. Ella no pudo decir que no, porque, según la costumbre, debía aceptar.

Llegó el día de la boda y con gran ruido festivo el cortejo se la llevó a casa de su marido. Ella se escapó y volvió a casa de sus padres. Estos la regañaron y llamaron a la familia del marido para que se la llevaran, dando lugar a una situación complicada entre las dos familias. Las huidas a casa de sus padres fueron cinco y siempre el mismo retorno. Menos la última que la familia del marido denunció a la familia de la mujer ante del juez local, y este les dio un papel diciendo que el matrimonio forzado no estaba permitido en Benín. Esta vez el marido, al regresar a su casa, le dio una soberana paliza. Por la noche se escapó de la casa del marido y no volvió a la casa de sus padres sino que anduvo 23 kilómetos, para refugiarse en una comunidad que conoció en Buka, en el encuentro de la Pascua.

Encontró apoyo en una comundiad cristiana

El presidente de esta comunidad es un señor muy respetable, con muchos hijos de la misma edad que ella.  Él ya había tenido problemas anteriormente con dos de sus hijas. La acogió muy bien y le dijo que en su casa estaría protegida. Al día siguiente vino a verme y me lo contó. Me dijo que iba a ver a los padres de la chica para decirles que Teresa está en su comunidad, pero que no la dejará marchar para casarla a la fuerza. Esto sucedía unos días antes de venirme para España en mayo.

Un tío de la chica y el marido sin mujer vinieron a verme muy enfadados. Exigían un precio exagerado por la dote. Yo les dije que no era mi problema, que yo iba a estar un tiempo fuera y que a mi vuelta veríamos qué se podía hacer. No estaban muy de acuerdo, pero dijeron que sí.

Durante mi estancia en España, no tuvieron la paciencia de esperar y convocaron al presidente de la comunidad ante el juez local. Tres viejos, los más viejos de la comunidad,  fueron a esa convocatoria. Dijeron al juez y a la familia que esperaban mi venida y que en prueba de buena voluntad les ofrecían 100.000 francos (150 euros). Les parecía poco pero aceptaron y han esperado a mi vuelta.

La semana pasada, sin venir a verme, convocaron de nuevo al presidente de la comunidad ante el juez local. Cada desplazamiento es de 30 kilómetros. El presidente vino a verme y me dijo que por el momento no tienen dinero. Aún no han cosechado el campo colectivo de la comunidad y la venta no se hará hasta marzo, cuando suban un poco los precios. Tenían decidido ofrecer otros 100.000 francos y eso a condición de  que devuelvan todos los enseres de la novia que se quedaron  en casa del marido. Me pidieron que les acompañara.

La convocatoria era para el sábado, día de mercado en Dunkasa.  Allí fuimos dos viejos de la comunidad y yo que no soy joven. Un tío de la chica, que era el manipulador, se quedó sorprendido de verme. Quiso negociar la cosa con nosotros antes de ir ante el juez. Mis acompañantes expusieron su propuesta y dijeron que no ofrecerían más. Con eso nos presentamos ante el juez. Gran sorpresa el verme. Muy amable. De entrada me dijo que él es un antiguo alumno de la misión. Que gracias a la misión ha llegado donde ha llegado y todos los elogios posibles al trabajo que hacen los misioneros en su zona. A él le respetaron su religión y nunca le obligaron a ser católico.

Una costumbre que contradice la ley

Unas veces en lengua peul, otras en baribá y rara vez en francés. No había acuerdo, pues las exigencias de la familia del marido eran grandes. En un momento que parecía no haber solución, me preguntaron mi parecer. Yo les dije que había venido como observador y veía que estabamos apoyándonos en las costumbres y no tanto la ley. Que yo había hablado con Teresa y veía un intento de matrimonio a la fuerza y esto está castigado por la ley. Si no hay acuerdo, es mejor que un juez civil lo juzgue. Sería la comunidad de acogida la que denunciaría el caso ante la justicia de Parakou. Que por defender a las niñas yo estaría dispuesto a apoyarlos.

Un arreglo amistoso y Teresa se sintió feliz.

A partir de ahí, cambiaron las cosas. El delegado (juez local) les decía que eso sería muy malo, porque en Parakou la ley está por encima de la costumbre y nunca iban a tener razón y que, si Teresa certifica que había habido violación o intento de violación el marido, y quizá algún otro cómplice de este matrimonio forzado podía ir a la cárcel. A partir de esas palabras bajaron las exigencias y aceptaron la oferta que les hicieron los de la comunidad de acogida. El presidente les dio el dinero y, según el protocolo, desde el más pequeño hasta llegar al juez todos lo contaron billete a billete, (menos mal que sólo eran 10 billetes de 10.000 y se hacía pronto). El juez se lo dio al hermano mayor del novio, que también lo contó y con un apretón de manos se arregló todo. Todos parecíamos contentos. La chica es libre, puede volver con su familia cuando quiera. La familia del novio le devolverá todos sus enseres, etc. Así nos despedimos. Un consejero del juez y su secretario me acompañaron a la salida del patio, hasta llegar al coche. Los que venían conmigo no terminaban de salir y me decía el secretario que las despedidas africanas suelen ser largas. Cuando ya íbamos a salir, el tío de la chica y el consejero del juez me dicen que quieren recibirnos. Yo le dije que aceptaba y nos llevaron al bar restaurante del pueblo. Yo pedí una cerveza y ellos una botella de aguardiente. También pidieron un plato de comida, consistente en espaguetis mezclado de alubias blancas, salsa de tomate y un pescado.

Camino de un final feliz.

Todos volvimos a casa contentos y alegres. Ellos habían dejado sus motos en mi casa. Hicimos balance de cómo había resultado la gestión y estaban contentos. También me contaron que a la hora de marchar la despedida era larga porque el juez les pedía 30.000 francos para el "refresco" (45 euros) y ellos terminaron dándoles 5.000. Esto es corrupción. Teresa no quiere volver a su casa y quiere casarse con un chico de la comunidad de acogida. Durante unos cuantos días me he estado leyendo varias publicaciones sobre estos temas en Benín y la verdad es que hay mucho publicado. En este principio de curso, muchos nombres propios me han ocupado mi tiempo. Entre otros Bruhimiru, el niño ciego que ya está en la escuela de ciegos. Ya os contaré otro día cómo se pasó. Esta vez ya tenéis bastante pare leer.

Un abrazo.

Jesús Fernández de Trocóniz, SMA